Sunday, March 27, 2016

Píramo y Tisbe - Ovidio, Metamorfosis IV. 55-166


Píramo y Tisbe: él era el chico más hermoso; ella, la chica más linda que jamás se vio en oriente. Eran vecinos allá donde se dice que Semiramis rodeó su ciudad con muros de ladrillos. Se conocieron primero porque vivían al lado; con el tiempo se enamoraron y hasta se hubieran casado, pero se lo prohibían sus padres. Había una cosa que no podían prohibirles: ambos ardían y sus corazones estaban enganchados en igual medida.

No tuvieron ningún cómplice, se comunicaban por medio de gestos y señas y, mientras más se ocultaba, más se abrasaba el oculto fuego. En la pared que compartían había una pequeña rendija que se había producido hacía mucho tiempo cuando la construían. Durante siglos nadie se había dado cuenta de su existencia, pero ¿de qué no se da cuenta el amor? Los enamorados fueron los primeros en verla y la convirtieron en un camino para sus voces. Por ahí solían pasar seguras las dulces palabras con un murmullo que apenas se escuchaba.
A menudo, cuando, Tisbe de un lado y Píramo del otro, notaban sus alientos, decían "¡Celosa pared! ¿Por qué te ponés entre nosotros que nos amamos? ¿Qué te costaba dejar que nuestros cuerpos se junten, o, si esto es demasiado, al menos abrirte para que pudiéramos besarnos? No te creas que somos ingratos: reconocemos que te debemos el que nos hayas dado un camino para que nuestras palabras lleguen a los oídos amados." Así hablaban cada uno de su lado y cuando se hacía de noche decían "chau" y cada uno daba al otro un beso que no le llegaría.
Ya el día siguiente había quitado el lugar a las estrellas nocturnas y el sol había secado con sus rayos la escarcha: se encontraron en el lugar acostumbrado. Luego de quejarse de muchas cosas, con un bajísimo murmullo deciden que, durante el silencio de la noche, intentarían engañar a los guardias y escaparían de sus casas. Una vez fuera, abandonarían también la ciudad y, para no perderse errando por el enorme campo, se encontrarían en la tumba de Nino y se esconderían bajo la sombra del árbol: era un árbol llenísimo de frutas blancas, un enorme moral, que estaba al lado de una fuente con agua helada. Les parece un buen plan.
El sol se oculta en las aguas, demasiado tarde para sus corazones impacientes, y de las mismas aguas viene la noche. A través de las sombras, Tisbe, luego de girar con astucia el picaporte, sale y engaña a los suyos. Llega a la tumba con un pañuelo en la cara y se sienta bajo el árbol acordado. El amor la hacía valiente. En eso, viene una leona, que acababa de cazar un buey y tenía el hocico lleno de sangre, a calmar su sed con el agua de la fuente que estaba al lado del árbol. Apenas la vio Tisbe a la luz de la luna, en puntitas de pie se ocultó en una cueva oscura. Mientras se escondía, se le calló el pañuelo que tenía en la espalda. La leona, una vez que calmó su sed con mucha agua, de regreso a la selva se encontró de casualidad con la delicada prenda, sin su dueña, y la destrozó con su boca ensangrentada.
Píramo, que había salido más tarde, vio en el suelo las huellas de una fiera y se quedó blanco del miedo; y cuando reparó en el pañuelo manchado con sangre dijo: “una sola noche perderá a dos enamorados, para quienes ella fue la más hermosa de una larga vida. Mi corazón es un peligro. Yo, pobrecita, te perdí cuando te hice venir de noche a un lugar lleno de temores y no llegué yo mismo antes. ¡Leones que viven en estos bosques, devoren mi cuerpo entero y mis malditas entrañas con sus asesinas mordidas! Bah, es de cobarde rogar la muerte.” Levantó, entonces, el pañuelo de Tisbe y se lo llevó a la sombra del árbol acordado como lugar de encuentro. Lo llenó de lágrimas y besos y dijo: “recibí también un sorbo de mi sangre” y se clavó en el estómago su propia espada y, sin demora, mientras moría, la sacó de la herida que sangraba. Quedó tendido en la tierra, la sangre le salía a chorros, parecido a cuando un caño de plomo se rompe y, por el pequeño hueco, sale el agua ruidosa y rompe el aire con sus golpes. Y las frutas del árbol, al absorber toda esa sangre, se volvieron oscuras y, ensangrentadas enteramente las raíces, todas las moras que colgaban se tornaron púrpuras.
He aquí que, no sin miedo, pero para que no se preocupe su amado, Tisbe regresó y buscó a Píramo con su mirada y estaba ansiosa por contarle cuántos peligros acababa de evitar. Y aunque reconocía el lugar y la forma del árbol que ya había visto, no la convencía el color de las frutas y se preguntaba si era el correcto. Mientras dudaba, vio un cuerpo que temblaba en el suelo ensangrentado, corrió su pie y, con la cara más pálida que las hojas de un álamo, se estremeció como tiembla la superficie del mar cuando es golpeada desde arriba por una sutil brisa. Pero cuando, al detenerse, se dio cuenta de que se trata de su amor, llorando a los gritos sacudió sus brazos y, con los pelos revueltos y abrazada al cuerpo de su amado, llenó las heridas de lágrimas y mezcló su llanto con la sangre y dándole besos en la cara ya helada gritó: “¡Píramo! ¿Qué desgracia te me arrebató? ¡Píramo, respondeme! Tu queridísima Tisbe te llama; ¡escuchame y levantá tu cara del suelo!” Ante el nombre de Tisbe, Píramo alzó de la muerte sus ojos pesados y, después de verla, los volvió a cerrar.
Pero después de que ella reconoció su pañuelo y vio la vaina de marfil en la cintura de su amado sin la espada, dijo: “¡Desdichado! ¡Tu propia mano y tu amor te mataron! ¡Yo también tengo una mano fuerte solo para esto! Tengo también amor: este me dará las fuerzas para herirme. Te voy a seguir ahora que estás muerto y se dirá que yo fui la tristísima causa y la compañera de tu muerte: y vos que solo en la muerte podía ser separado de mí, ni siquiera en la muerte serás separado. Pero antes, oh padres míos y suyos, muy desgraciados, escuchen nuestras súplicas, que a quienes unió un verdadero amor, a quienes unió su última hora, los entierren en la misma tumba. Y vos, árbol que ahora cubrís con tus ramas el cuerpo digno de lástima de uno solo, pronto cubrirás a los dos: mantené las señales de nuestra muerte y producí siempre frutos negros y apropiados al luto, recuerdo de esta doble muerte.” Así dijo y, luego de poner la punta de la espada bajo su pecho, se hundió sobre ella, que todavía estaba tibia por la muerte de su amado. Pero sus súplicas llegaron a los dioses, llegaron a sus padres: pues el fruto es negro cuando madura y las cenizas de los enamorados descansan en una sola urna. 

'Pyramus et Thisbe, iuvenum pulcherrimus alter,               55
altera, quas Oriens habuit, praelata puellis,
contiguas tenuere domos, ubi dicitur altam
coctilibus muris cinxisse Semiramis urbem.
notitiam primosque gradus vicinia fecit,
tempore crevit amor; taedae quoque iure coissent,               60
sed vetuere patres: quod non potuere vetare,
ex aequo captis ardebant mentibus ambo.
conscius omnis abest; nutu signisque loquuntur,
quoque magis tegitur, tectus magis aestuat ignis.
fissus erat tenui rima, quam duxerat olim,               65
cum fieret, paries domui communis utrique.
id vitium nulli per saecula longa notatum -
quid non sentit amor? - primi vidistis amantes
et vocis fecistis iter, tutaeque per illud
murmure blanditiae minimo transire solebant.               70
saepe, ubi constiterant hinc Thisbe, Pyramus illinc,
inque vices fuerat captatus anhelitus oris,
"invide" dicebant "paries, quid amantibus obstas?
quantum erat, ut sineres toto nos corpore iungi
aut, hoc si nimium est, vel ad oscula danda pateres?                75
nec sumus ingrati: tibi nos debere fatemur,
quod datus est verbis ad amicas transitus auris."
talia diversa nequiquam sede locuti
sub noctem dixere "vale" partique dedere
oscula quisque suae non pervenientia contra.               80
postera nocturnos Aurora removerat ignes,
solque pruinosas radiis siccaverat herbas:
ad solitum coiere locum. tum murmure parvo
multa prius questi statuunt, ut nocte silenti
fallere custodes foribusque excedere temptent,               85
cumque domo exierint, urbis quoque tecta relinquant,
neve sit errandum lato spatiantibus arvo,
conveniant ad busta Nini lateantque sub umbra
arboris: arbor ibi niveis uberrima pomis,
ardua morus, erat, gelido contermina fonti.               90
pacta placent; et lux, tarde discedere visa,
praecipitatur aquis, et aquis nox exit ab isdem.
     'Callida per tenebras versato cardine Thisbe
egreditur fallitque suos adopertaque vultum
pervenit ad tumulum dictaque sub arbore sedit.               95
audacem faciebat amor. venit ecce recenti
caede leaena boum spumantis oblita rictus
depositura sitim vicini fontis in unda;
quam procul ad lunae radios Babylonia Thisbe
vidit et obscurum timido pede fugit in antrum,               100
dumque fugit, tergo velamina lapsa reliquit.
ut lea saeva sitim multa conpescuit unda,
dum redit in silvas, inventos forte sine ipsa
ore cruentato tenues laniavit amictus.
serius egressus vestigia vidit in alto               105
pulvere certa ferae totoque expalluit ore
Pyramus; ut vero vestem quoque sanguine tinctam
repperit, "una duos" inquit "nox perdet amantes,
e quibus illa fuit longa dignissima vita;
nostra nocens anima est. ego te, miseranda, peremi,               110
in loca plena metus qui iussi nocte venires
nec prior huc veni. nostrum divellite corpus
et scelerata fero consumite viscera morsu,
o quicumque sub hac habitatis rupe leones!
sed timidi est optare necem." velamina Thisbes               115
tollit et ad pactae secum fert arboris umbram,
utque dedit notae lacrimas, dedit oscula vesti,
"accipe nunc" inquit "nostri quoque sanguinis haustus!"
quoque erat accinctus, demisit in ilia ferrum,
nec mora, ferventi moriens e vulnere traxit.               120
ut iacuit resupinus humo, cruor emicat alte,
non aliter quam cum vitiato fistula plumbo
scinditur et tenui stridente foramine longas
eiaculatur aquas atque ictibus aera rumpit.
arborei fetus adspergine caedis in atram               125
vertuntur faciem, madefactaque sanguine radix
purpureo tinguit pendentia mora colore.
     'Ecce metu nondum posito, ne fallat amantem,
illa redit iuvenemque oculis animoque requirit,
quantaque vitarit narrare pericula gestit;               130
utque locum et visa cognoscit in arbore formam,
sic facit incertam pomi color: haeret, an haec sit.
dum dubitat, tremebunda videt pulsare cruentum
membra solum, retroque pedem tulit, oraque buxo
pallidiora gerens exhorruit aequoris instar,               135
quod tremit, exigua cum summum stringitur aura.
sed postquam remorata suos cognovit amores,
percutit indignos claro plangore lacertos
et laniata comas amplexaque corpus amatum
vulnera supplevit lacrimis fletumque cruori               140
miscuit et gelidis in vultibus oscula figens
"Pyrame," clamavit, "quis te mihi casus ademit?
Pyrame, responde! tua te carissima Thisbe
nominat; exaudi vultusque attolle iacentes!"
ad nomen Thisbes oculos a morte gravatos               145
Pyramus erexit visaque recondidit illa.
     'Quae postquam vestemque suam cognovit et ense
vidit ebur vacuum, "tua te manus" inquit "amorque
perdidit, infelix! est et mihi fortis in unum
hoc manus, est et amor: dabit hic in vulnera vires.               150
persequar extinctum letique miserrima dicar
causa comesque tui: quique a me morte revelli
heu sola poteras, poteris nec morte revelli.
hoc tamen amborum verbis estote rogati,
o multum miseri meus illiusque parentes,               155
ut, quos certus amor, quos hora novissima iunxit,
conponi tumulo non invideatis eodem;
at tu quae ramis arbor miserabile corpus
nunc tegis unius, mox es tectura duorum,
signa tene caedis pullosque et luctibus aptos               160
semper habe fetus, gemini monimenta cruoris."
dixit et aptato pectus mucrone sub imum
incubuit ferro, quod adhuc a caede tepebat.
vota tamen tetigere deos, tetigere parentes;
nam color in pomo est, ubi permaturuit, ater,               165
quodque rogis superest, una requiescit in urna.'

Texto latino de http://www.thelatinlibrary.com/ovid/ovid.met4.shtml

Imagen: Thisbe de John William Waterhouse, 1909

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